Introduction
Guaíra descansa a orillas del parsimonioso río Paraná que dibuja una frontera natural entre Brasil y Paraguay. Aquí la tierra es roja, el paisaje llano con amplias plantaciones de soja y yerba mate. A simple vista Guaíra es una prolija ciudad de 30.000 almas en el oeste de Brasil. La gente conversa sentada en plazas y peluquerías. Las calles del centro están limpias, las casas recién pintadas y los teléfonos públicos tienen diseños tropicales — se puede llamar desde el intestino de un pez o desde el pecho de un loro.
Bajo esta superficie, la ciudad vive una realidad diferente.
En septiembre pasado Guaíra copó los titulares de los diarios de Brasil cuando 15 personas fueron asesinadas a tiros en una casa cerca de la ribera. Las muertes, producto de una vendetta entre traficantes de droga, no fueron inusuales. Ubicada a 250 kilómetros de la Triple Frontera, donde convergen Brasil, Paraguay y Argentina, Guaíra es hoy un ajetreado y violento corredor regional de drogas y armas. Sin embargo, ningún otro producto se contrabandea más en esta ciudad, y es mejor negocio para los contrabandistas, que los cigarrillos paraguayos.
Docenas de lanchas atiborradas de cigarrillos cruzan a diario el río Paraná desde la vecina ciudad de Salto del Guairá, en Paraguay. Los contrabandistas inyectan miles de millones de cigarrillos en San Pablo, Río de Janeiro y otras ciudades brasileñas, donde el cigarrillo paraguayo, barato y libre de impuestos, se ha apropiado del 20 por ciento de todo el mercado. Guaíra está en el corazón del negocio, un portal estratégico y un sitio donde muchos de sus habitantes — la mitad de la población, según algunos residentes — depende directa o indirectamente del contrabando para su subsistencia. Algunos ganan millones en el mercado negro. El contrabandista más famoso de Guaíra, Roque Fabiano Silveira, se hizo de fortuna y de nombre contrabandeando cigarrillos paraguayos allende las fronteras.
Silveira, de 44 años, apodado Zero Um (El Capo), huyó a Paraguay luego de ser acusado de orquestar el asesinato de un empresario de Guaíra, en 1996. En Paraguay su negocio despegó y en 1999 Silveira montó su propia fábrica de cigarrillos, en las afueras de Asunción. La tabacalera pronto se convirtió en la base de operaciones de una red de contrabando que abarcó dos continentes y caló hondo en Estados Unidos. A partir de 2003, Silveira se asoció con comerciantes de cigarrillos de Arizona y de las reservas indígenas del estado de Washington para contrabandear millones de cigarrillos paraguayos a través de los puertos de Miami, Norfolk y Baltimore. Los cartones eran distribuidos en varias ciudades del país y las ganancias se “lavaban” en cuentas bancarias de Paraguay y de Estados Unidos. Silveira no sólo fabricaba cigarrillos, dicen los fiscales estadounidenses del caso, sino que también aceitaba contactos en Sudamérica para garantizar el paso de los cargamentos hacia el norte. Sus ex socios dicen que era astuto y frío, con cierta debilidad por los trajes finos.
La historia de Roque Silveira es emblemática de la naturaleza y el alcance de la creciente industria tabacalera paraguaya. Expertos, investigadores y funcionarios de aduanas aseguran que se trata de una industria concebida y dedicada, casi en su totalidad, al contrabando internacional. Quince años atrás la producción de cigarrillos era mínima en Paraguay, uno de los países más pobres de Sudamérica, famoso por su corrupción endémica y comercio de productos falsificados. Hoy Paraguay figura entre los principales países productores de cigarrillos de contrabando, responsable del 10 por ciento de todos los cigarrillos que se venden en el mercado negro a nivel mundial, dicen los expertos.
Los números cuentan la historia. En 2006, las fabricas paraguayas fabricaron 68 mil millones de cigarrillos, mas de 20 veces lo que consume el mercado local, de acuerdo con un estudio del Centro de Investigación de la Epidemia de Tabaquismo (CIET), una ONG en Uruguay que analiza el mercado del tabaco en la región. La gran mayoría de la producción — 90 por ciento de los cigarrillos valuados en 1.000 millones de dólares anuales — desaparece en el mercado negro, dicen las autoridades. Los cigarrillos paraguayos hoy inundan Brasil y Argentina, donde los impuestos al tabaco son mucho más altos que en Paraguay, y han sido confiscados también al otro lado del Atlántico, en países como Irlanda.
Fidel, Hamlet y Opus Dei
Si bien en el pasado las tabacaleras multinacionales tuvieron el monopolio del contrabando de cigarrillos en el mundo, hoy el comercio ilegal involucra una gran diversidad de grupos criminales que roba a los gobiernos dinero de impuestos, alimenta el crimen organizado y multiplica la adicción al tabaco. El crecimiento exponencial de la industria tabacalera paraguaya alarma por igual a las autoridades del salud, de aduanas y a la policía, quienes temen que Paraguay se convierta en la próxima pesadilla en el tráfico mundial de cigarrillos. Fuentes de la industria tabacalera internacional dicen que hoy es más barato fabricar cigarrillos en Paraguay que en China –el líder mundial del contrabando de cigarrillos — mientras que la calidad es muy superior.
“Existe un peligro real de que la situación en Paraguay escale rápidamente,” dice Austin Rowan, director de operaciones anti-contrabando de la oficina anti-fraude de la Unión Europa. Lo distintivo de Paraguay, dicen las autoridades, es la gran cantidad de marcas que producen sus fábricas — mas de 2,600 se han registrado en el Ministerio de Industria y Comercio, incluidas “Dirty”, “Fidel”, “Hamlet” y “Opus Dei” — lo que complica aún más la tarea de quienes investigan el contrabando. En contraste, solo un puñado de marcas se vende en el mercado nacional, donde los fumadores pagan unos de los impuestos al tabaco más bajos del mundo.
“El negocio principal de estas empresas es el ilegal. Punto,” dice Alejandro Ramos de CIET. “Es un problema regional no sólo paraguayo”.
Las compañías tabacaleras multinacionales observan con no poca ansiedad la velocidad con que los paraguayos han creado una industria en los márgenes de la legalidad. Investigadores de las multinacionales dicen que los cigarrillos paraguayos son enviados a conocidos destinos de triangulación, como Aruba y Panamá, donde los cargamentos presuntamente entran en el mercado negro. En 2006, la aduana de Irlanda incautó un contenedor cargado con 5 millones de cigarrillos paraguayos escondidos entre madera. Mientras David Godwin, funcionario de aduanas, investigaba el caso, uno de sus colegas de la Unión Europa le dijo: “Si usted piensa que tiene problemas con China, el Medio Oriente y el resto, atájese porque no ha visto nada… la capacidad de producción en Sudamérica es infinita”.
Las tabacaleras en Paraguay van desde modernas plantas industriales con tecnología de punta alemana a ocasionales fábricas miniatura — también llamadas submarinos — que se montan dentro de camiones. Funcionarios del gobierno paraguayo dicen que si todas las maquinas del país trabajaran a máximo rendimiento, el país podría producir unos 100 mil millones de cigarrillos anuales — suficiente para abastecer casi dos tercios del mercado brasileño.
El contrabando fluye fácilmente en Paraguay, admiten los funcionarios. La industria tabacalera prácticamente no tiene controles y los fabricantes ilegales y los contrabandistas a menudo son protegidos por el poder de turno. Banqueros, políticos y hasta dueños de clubes de fútbol están involucrados en el negocio y hacen generosas contribuciones en tiempo de campaña. Y aunque la administración de Fernando Lugo — un ex Obispo Católico que el año pasado derrotó al Partido Colorado después de más de 60 años en el poder — ha prometido cambiar la reputación del país, ya han ocurrido algunos traspiés. En febrero el presidente nombró jefe de inteligencia de la Fuerza Aérea a un militar condenado por contrabandear cigarrillos a Argentina (en medio de intensas criticas Lugo dio marcha atrás con el nombramiento).
Paraíso de Contrabandistas
El cigarrillo es un producto más que se compra y se vende en la economía informal de Paraguay, que floreció durante los 35 años de dictadura de Alfredo Stroessner. Hasta su caída en un golpe de estado en 1989, Stroessner hizo del país un refugio para criminales de guerra Nazi, dictadores depuestos y contrabandistas.
La Triple Frontera de Paraguay, Brasil y Argentina es el epicentro de esta cultura de contrabando. Un corredor de drogas, armas, vehículos robados, y cualquier falsificación que uno se pueda imaginar — desde CDs hasta Viagra — esta región de espesa vegetación y espectaculares saltos de agua se ha convertido en el perfecto escenario para el comercio ilícito de cigarrillos paraguayos.
Lo único que florece aquí es la ilegalidad”, dice Humberto Rosetti, fiscal de Ciudad del Este, el nudo comercial de la Triple Frontera. El centro de la ciudad es un animado laberinto de calles estrechas atestadas de puestos callejeros, casas de cambio y tiendas, donde todo, desde mascotas exóticas hasta fusiles AK-47, se puede obtener con casi igual facilidad. Autos Mercedes Benz y BMW último modelo con vidrios polarizados cruzan la ciudad a gran velocidad y docenas de motos, algunas de ellas transportando familias enteras, serpentean a través de los embotellamientos del tráfico. En la “Calle de los Cigarrilleros”, como algunos han bautizado una de las arterias de la ciudad, cajas de “Eight”, “TE”, “Rodeo” y “Calvert”, las marcas favoritas de los contrabandistas, se apilan a lo largo de la acera. “Nuestras manos están atadas”, dice Rosetti, quien ha dirigido varios decomisos de cigarrillos en los últimos meses, sólo para ver cómo rápidamente jueces y funcionarios de aduanas devuelven las cargas a los traficantes.
Funcionarios del gobierno norteamericano califican a Paraguay como un “centro principal” de lavado de dinero proveniente del tráfico de drogas, armas y cigarrillos en América del Sur. Ciudad del Este es el corazón de este negocio. Las tabacaleras a menudo están vinculadas a casas de cambio donde se blanquea el dinero del contrabando, según ex empresarios tabacaleros y expedientes judiciales. Tan impenetrable es el sistema financiero de Ciudad del Este que agentes norteamericanos que infiltraron la organización de Roque Silveira no pudieron encontrar el dinero que ellos mismos ayudaron a lavar. “Tratamos de hacer el seguimiento del dinero”, dice el fiscal James Warwick quien trabajó en el caso. “¿Lo logramos? No”.
Varias tabacaleras paraguayas han levantado fábricas en Ciudad del Este y en la cercana Hernandarias. Desde allí, durante años, los cigarrillos se contrabandeaban al Brasil en furgonetas, camiones y hasta autobuses a través del Puente de la Amistad que une Ciudad del Este con su homólogo brasileño, la ciudad de Foz do Iguaçu. Brasil intensificó los controles en la frontera en 2005 de manera que los contrabandistas mutaron de las carreteras al agua. A partir del atardecer, lanchas de motor parten de cualquiera de los 300 muelles improvisados a lo largo de la periferia del lago Itaipú, formado por una de las represas más grandes del mundo construida sobre el río Paraná. Para llegar a algunos de estos puertos clandestinos se debe transitar por estrechos y tortuosos caminos de tierra a través de densos bosques. Una tarde de Marzo, reporteros de ICIJ que visitaron Puerto Codorso encontraron maquinarias del gobierno paraguayo arreglando el camino de los contrabandistas. El puerto parecía abandonado. Según contaron personas del lugar, los contrabandistas se habían tomado el día libre para velar a uno de los suyos, un ex policía, que había fallecido en un accidente de auto el día anterior.
“Cerramos un puerto y abren dos más al día siguiente”, dice Gilberto Tragancin, jefe de Aduanas de Brasil en Foz do Iguaçu. Con un litoral de más de 1.500 kilómetros, el Lago Itaipú es casi imposible de patrullar en su totalidad, explica Tragancin. A pocos metros de la oficina del jefe de Aduanas, una máquina de triturar cigarrillos está en plena acción. La máquina pulveriza cada día cerca de 500.000 paquetes de cigarrillos incautados: los restos son utilizados como fertilizantes y en la construcción de carreteras.
El flujo de contrabando de Paraguay a Brasil es de 20 a 30 mil millones de cigarrillos anuales, estiman los expertos. En contraste, dice Tragancin, las exportaciones legales de cigarrillos paraguayos a Brasil son nulas.
Además de la amenaza que significa para la salud pública, el contrabando de cigarrillos fortalece a grupos de crimen organizado que operan a lo largo de la frontera con Brasil. Tragancin dice que estos grupos están utilizando los canales del contrabando de cigarrillos para abastecer de armas y municiones a algunas de las facciones criminales más violentas de ese país, como el Primer Comando Capital (PCC), la principal banda delictiva de las prisiones de San Pablo.
De Paraguay al Mundo
Los traficantes internacionales rápidamente detectaron una oportunidad en el floreciente comercio ilícito de cigarrillos de Paraguay. El mayorista Stormmy Paul, un indio de la tribu Tulalip del estado de Washington, en Estados Unidos, viajó a Paraguay en el 2003 para hacer negocios. Paul había estado comprando cigarrillos chinos, incluso Marlboros falsificados, y revendiéndolos libres de impuestos a tiendas de tabaco en su estado, pero quería una mejor combinación de precio y calidad. Un socio de Brasil le ofreció contactos al sur de la frontera.
En Paraguay, Paul visitó un puñado de tabacaleras, pero una fábrica se destacó de inmediato: la fuertemente custodiada Tabacalera Central, en las afueras de Asunción. Los visitantes fueron recibidos por el dueño, Roque Silveira, quien los agasajó con un asado. Al término de la cena, el trato quedó sellado. Paul pagaría 2 dólares por cada cartón de cigarrillos fabricado por Silveira más un adicional de 2 dólares por cartón para un intermediario en Maryland que adulteraría los formularios de aduanas para sortear controles e impuestos en Estados Unidos. El acuerdo le dejaba a Paul una ganancia de 2 dólares por cartón.
“Me encantó Paraguay”, dice Paul, un locuaz hombre de negocios que cada semana dirige una ceremonia de antiguos rituales indígenas en su tribu ubicada al norte de la ciudad de Seattle. Paul recuerda a Silveira como “un empresario muy astuto…con cierta clase”. “Roque luce exitoso”, agrega.
A partir de fines de 2003 una banda de 11 personas, en su mayoría comerciantes norteamericanos de tabaco, contrabandearon a Estados Unidos más de 120 millones de cigarrillos paraguayos. El grupo luego los distribuía en varias ciudades del país, desde California a Carolina del Norte, de acuerdo con documentos judiciales. La banda cayó en abril del 2005 mientras los contrabandistas se reunían en Las Vegas. La justicia norteamericana los acusó de conspiración, contrabando, tráfico y lavado de dinero, entre otros cargos. Silveira pasó dos meses en la cárcel después de su arresto en el aeropuerto de Miami, pero el brasileño se ofreció a cooperar con las autoridades y finalmente fue condenado a sentencia probatoria.
Silveira pagó una multa y, para sorpresa de los paraguayos, quedó en libertad.
Río de la Muerte
Casi al mismo tiempo que los norteamericanos dieron a Silveira una palmada en la mano por sus crímenes, la justicia brasileña lo procesó en uno de las operativos anti-contrabando más grandes de la historia del país. La llamada Operación Bola de Fuego terminó con el arresto de más de 90 personas en 11 estados brasileños. De acuerdo con documentos judiciales, Silveira supuestamente controlaba tres diferentes redes criminales que contrabandeaban cigarrillos al populoso estado de Rio Grande do Sul.
En este caso, Silveira logró evadir la ley simplemente quedándose en Paraguay donde, según los fiscales brasileños, tiene “una vasta red de contactos y la suficiente capacidad financiera para vivir en la clandestinidad”.
Silveira se habría transformado en la cabeza del tráfico de cigarrillos de Paraguay a Brasil después del arresto en 2003 del legendario contrabandista Roberto Eleuterio “Lobao” Da Silva, según la policía brasileña. A partir de ese momento, en el lenguaje del contrabando, Silveira se “adueñó” de las rutas que conducen a millones de fumadores en las ciudades más grandes de Brasil.
Dos semanas después de la Operación Bola de Fuego, un aduanero brasileño fue asesinado en una desolada región de la frontera llamada Rio do Morte (Río de la Muerte). Una llamada anónima a la policía local reportó una camioneta quemada en la ruta. El cadáver carbonizado en el asiento del acompañante no pudo ser inmediatamente identificado por la policía: al hombre lo habían quemado vivo. Los expertos forenses finalmente dijeron que se trataba de Carlos Renato Zamo, un residente de Mundo Novo, al norte de Guaíra. Zamo era uno de los miles de agentes de aduanas que trabajan en las fronteras porosas de Brasil. Pero a través de los años, Zamo había acumulado una fortuna inusual para un empleado de gobierno. El agente tenía inversiones en San Pablo y Mato Grosso do Sul. Era dueño hasta de un avión.
La policía brasileña descubrió que Zamo trabajaba para Silveira y otros contrabandistas que supuestamente le pagaban 8,000 dólares mensuales para que sus cargas pasaran los controles de la frontera sin problemas. Pero Zamo había empezado a temer que lo descubrieran y decidió retirarse del negocio, según la policía. En una reunión, los contrabandistas supuestamente le habrían ofrecido incrementar los pagos, pero Zamo rechazó la oferta y dio aviso a sus colegas sobre los cargamentos del grupo.
Eventualmente cuatro personas fueron arrestadas en conexión con el asesinato de Zamo, pero no Silveira, que estaba prófugo en Paraguay. El día en que se anunciaron los arrestos, la policía brasileña describió a Silveira como “la gran cabeza” del contrabando en la región. “Todo ocurre bajo sus órdenes”, dijeron los funcionarios.
A través de su abogada en Asunción, Silveira declinó responder preguntas presentadas por ICIJ.
Los padres de la criatura
Los fabricantes paraguayos de cigarrillos se apuran en puntualizar que ellos solamente están llenando un espacio en el mercado creado por las grandes compañías multinacionales de tabaco. En los años noventa, British American Tobacco y Philip Morris usaron a Paraguay para triangular cigarrillos y evadir impuestos. El esquema funcionaba así: las subsidiarias de la BAT y de Philip Morris en Brasil y Argentina exportaban legalmente miles de millones de cigarrillos a Paraguay. Los cigarrillos eran inmediatamente reingresados como contrabando a esos dos países y vendidos libres de impuestos en el mercado negro.
Esta práctica terminó en 1999 cuando el gobierno brasileño elevó drásticamente los impuestos a las exportaciones para desalentar el comercio ilegal. A partir de ese momento, docenas de fábricas de cigarrillos abrieron sus puertas en Paraguay, muchas de ellas propiedad de ciudadanos brasileños. En tres años, Paraguay llegó a tener más de 30 tabacaleras, algunas de las cuales falsificaban conocidas marcas internacionales.
El negocio local de falsificación ha caído marcadamente en años recientes luego de que los fabricantes se dieron cuenta de que había un mercado – en Brasil y en otros países – para las marcas baratas paraguayas. Hoy el número de fábricas se ha reducido a más de la mitad, pero no así la producción.
Tabacalera del Este (Tabesa) es la principal fábrica de cigarrillos de Paraguay, una moderna planta de 17.000 metros cuadrados con una capacidad de producción de 1.500 millones de cigarrillos por mes –o 579 cigarrillos por segundo. La fábrica, localizada en la ciudad de Hernandarias, surte casi la mitad del mercado paraguayo con sus dos marcas insignias, Kentucky y Palermo. Pero al mismo tiempo que sirve a un mercado legítimo, la compañía supuestamente provee grandes cantidades de cigarrillos que terminan contrabandeados a Brasil y Argentina. Funcionarios de aduana en esos dos países dijeron a ICIJ que diariamente decomisan más cigarrillos de contrabando de Tabesa que de ninguna otra compañía. En 2006, Tabesa fue mencionada en la Operación Bola de Fuego entre las empresas paraguayas cuyos cigarrillos eran supuestamente contrabandeados al Brasil.
El empresario paraguayo Horacio Manuel Cartes está registrado como principal accionista y director de Tabesa en Informconf, una base de datos de negocios de Paraguay. Cartes comenzó distribuyendo cigarrillos dos décadas atrás y desde entonces ha construido un imperio que incluye un banco, un club de fútbol, y varios emprendimientos agrícolas — algunos de estos negocios registrados a nombre de familiares y socios.
José Ortiz, gerente general de Tabesa, habló con reporteros de ICIJ sobre los negocios de la compañía.
“Nosotros no sabemos dónde se consumen nuestros cigarrillos, y no es nuestro problema”, dijo Ortiz cuando se le preguntó acerca de la presencia de cigarrillos de Tabesa en Brasil y Argentina, dos mercado a los cuales la compañía no exporta legalmente. “Nosotros vendemos nuestros productos en Paraguay y pagamos impuestos internos”, agregó, sentado en su oficina en la planta de Tabesa. Lo que ocurre una vez que los cigarrillos salen de la fábrica no es la responsabilidad de la empresa, dijo Ortiz, una visión compartida por otros fabricantes paraguayos. “Mi trabajo es proveer al mercado”.
Ortiz dijo que Tabesa no vende directamente a los minoristas, sino a cuatro ó cinco distribuidores mayoristas. Nombró dos firmas mayoristas, una de las cuales, Tabacos del Paraguay, está afiliada a Tabesa. “Las demás no recuerdo”, dijo, reclinándose en su sillón de oficina de cuero negro y desviando el tema hacia las compañías multinacionales de tabaco. “Ellos son los padres y los abuelos de la criatura”, dijo Ortiz refiriéndose al caso de contrabando de BAT y Philip Morris en los noventa. “Nosotros estamos reemplazando el mercado que ellos abandonaron”.
El año pasado, Tabesa entró en el mercado de Estados Unidos con su marca Palermo y está ahora certificada para vender en al menos ocho estados, incluyendo Maryland y California. Palermo está también disponible online a través de sitios que venden cigarrillos desde reservas indígenas en Nueva York, pero Ortiz negó que Tabesa esté proveyendo a tiendas indígenas directamente. Funcionarios de Estados Unidos han identificado las reservas de Nueva York como grandes centros de contrabando de cigarrillos.
Guaíra: tierra de nadie
Fiscales y policías brasileños colocan a las fábricas paraguayas a la cabeza de la “organización criminal”, que según ellos maneja el contrabando de cigarrillos en la región. Érico Saconato, jefe de la policía federal brasileña en Guaíra, dijo que las fábricas trabajan mano a mano con “gerentes” a ambos lados de la frontera, quienes adquieren camiones y embarcaciones, sobornan a funcionarios públicos y contratan cuadrillas de jóvenes, pescadores y agricultores para transportar cargas de cigarrillos. En uno de los casos que involucra a Roque Silveira, fiscales brasileños dijeron en documentos judiciales que la banda adquirió grandes cantidades de cigarrillos de contrabando “directamente de las fábricas paraguayas” para su distribución en Rio Grande do Sul y ciudades fronterizas de Argentina.
Todos los contrabandistas, grandes traficantes, en esta región son empresarios y políticos, que tienen buenos abogados, autos lujosos, familia”, dice Saconato. “Algunos incluso son líderes de iglesias evangélicas”.
La ciudad natal de Roque Silveira, Guaíra, ganó prominencia en el comercio de cigarrillos cuando los controles se incrementaron en la Triple Frontera, a partir del 2005. Hoy gran parte de la población, dicen funcionarios de la ciudad, depende del contrabando para vivir. Algunos rentan espacio en sus casas para que los contrabandistas almacenen sus cargas, otros trabajan como campanas o pasan cigarrillos a través del río Paraná. Los “paseros” ganan alrededor de 300 dólares a la semana, una salario mensual mínimo y medio de Brasil.
La policía en Guaíra dice que se siente abrumada. Según Saconato 700 personas fueron arrestadas en 2007 en conexión con el contrabando, pero sólo dos hombres fueron condenados. Cuando el fiscal del distrito clausuró un bar a la vera del río, Tininha, que se alegaba era usado por los contrabandistas para planear sus negocios, un fiscal federal revirtió la orden y demandó a la ciudad. Esa noche, los contrabandistas celebraron lanzando fuegos artificiales a orillas del río, dicen funcionarios locales.
“Guaíra está prácticamente abandonada”, lamenta Saconato, quien anticipa un récord de decomisos de cigarrillos este año debido a la crisis financiera global y a una reciente suba en los impuestos al tabaco en Brasil. En los kioscos de San Pablo y Rio de Janeiro, el paquete más barato de cigarrillos brasileños (alrededor de 1,5 dólares) cuesta tres veces más que las marcas paraguayas de contrabando.
“Un gran negocio”
Ningún policía en Guaíra ha visto a Silveira en años recientes, dice Saconato. “El Capo”, tal su apodo, se ha convertido en un mito. Pobladores aseguran de tanto en tanto haberlo divisado. Su caso de 1996 por homicidio todavía está vagando en las cortes de Guaíra. Luego de la Operación Bola de Fuego, Silveira se convirtió en un fantasma, dice la policía brasileña, pero nadie cree que se haya retirado del negocio de cigarrillo. Algunos de sus ex socios ahora manejan grandes porciones del contrabando a ambos lados de la frontera, de acuerdo con la policía brasileña.
Las últimas pistas de Silveira en las cortes de Paraguay datan de julio de 2007, cuando el brasileño le ganó otra pulseada a la justicia. En aquella ocasión, la Corte Suprema de Paraguay denegó un pedido de extradición de fiscales brasileños, que lo acusaban de asociación ilícita, contrabando de cigarrillos y lavado de dinero.
La sola mención del nombre de Silveira en círculos del tabaco en Paraguay hace fruncir el ceño y carraspear repetidamente a los entrevistados antes de ofrecer un anodino “su nombre me suena familiar”, o “¿no tenía él una fábrica de cigarrillos por aquí?”
Un hombre en Salto del Guairá, la ciudad paraguaya frente a Guaíra, no titubea al hablar de Silveira. Sidronio Talavera, un arpista profesional que alguna vez tocó con una de las bandas de bolero más famosas de Paraguay, nos recibe sentado en una pequeña oficina desde donde maneja su fábrica de cigarrillos, Cosmoplita S.A. Talavera dice que no sólo conoce a Silveira, sino que también es su socio comercial. “Es una de las mejores personas que he conocido en toda mi vida”, enfatiza Talavera, quien fue condenado el año pasado por evasión fiscal. Fiscales paraguayos acusaron a Talavera de reportar falsas exportaciones al Brasil para evadir el pago de impuestos a la importación de insumos para fabricar cigarrillos. Las autoridades también lo han señalado como falsificador, cargo que él niega.
Talavera dice que le vende a cualquier persona que golpea la puerta de su fábrica, y sabe que algunos de sus compradores son contrabandistas o trabajan con contrabandistas. “En hora buena que los cigarrillos vayan a Brasil”, dice golpeando su escritorio. “Si me pongo en plan de exigencia, me muero de hambre”. Talavera se jacta de que su marca Latino se ha vendido hasta en Dubai. Dice que mayoristas de Panamá le compran cigarrillos y revenden al extranjero. “No sé si en Panamá los cigarrillos entran al contrabando o se revenden legalmente, y no me interesa. Me interesa si vendo”, agrega.
De Silveira Talavera dice que todavía es el gran intermediario del negocio, el mediador que adquiere grandes cantidades de cigarrillos de las fábricas paraguayas y coordina su distribución en Brasil. “¡El trabaja con todos!”, dice Talavera cuando se le menciona que otros fabricantes parecen desconocer en estos días el paradero de Silveira. “Es inteligente, el Mafioso. Se les escapó a los americanos”, agrega.
Como están las cosas, los desafíos para el gobierno paraguayo, que dice estar decidido a regular la industria del cigarrillo, no son pocos.
Ortiz, el gerente de Tabesa, resumió el problema mejor que nadie: “Paraguay es un gran duty free”, dijo el empresario. “Y es muy buen negocio”.
Daniel Santoro colaboró en esta investigación.
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